martes, 8 de noviembre de 2011

Cuando se escucha el silencio

Hace unos días volví a tragarme entero el especial de Informe Robinson sobre el pasado Mundial de Sudáfrica, todo un monumento al reportaje deportivo. Y pese al tiempo transcurrido desde aquellos eufóricos días de verano -ya más de un año- siguió poniéndome la piel de gallina como la primera vez que lo vi. De hecho, quizás por esto mismo, lo valoré y diseccioné más, apreciando algunos pasajes que tenía por olvidados. En conjunto es un brutal cóctel de emociones, sentimientos y recuerdos, pero si hay un momento donde el programa alcanza el clímax, donde se eleva hasta el éxtasis, es por supuesto en El Gol.

Es curioso como una persona de pocas palabras como Don Andrés de Nuestra Vida, habitualmente instalado en la más absoluta timidez, define con semejante lirismo el momento en que le pega a la bola y nos hace tocar el cielo. “Es difícil escuchar el silencio, pero yo en ese momento escuché el silencio y sabía que ese balón iba dentro”. Nadie discutirá el alma de poeta dentro del campo que tiene Iniesta, pero en ese instante de inspiración también la tuvo fuera de el. Tal vez los momentos mágicos atraen a las musas, no importa el donde ni el cómo.

Empecé a pensar a raíz de este precioso verso, y caí en la cuenta que hay goles que se marcan exactamente así, en silencio. El marco no solo se reduce a un gol decisivo, a un crono implacable que llega a su fin, a un remate imposible o a un marcador adverso que te quita la vida. Aparte de todo estos ingredientes, creo que lo que ilustra estos goles es su ejecución plástica, esa incertidumbre que flota durante milésimas. Los elementos varían: un control un poco demasiado largo, un centro que no acaba de caer, una balón que entra llorando. Es en esos momentos cuando casi imperceptiblemente el tiempo parece detenerse y la imagen pasa del frenesí a los 60 fotogramas por segundo. Percibimos al jugador como un duelista que contiene la respiración justo antes de asestar el golpe mortal a su adversario.

En mi memoria, recuerdo los casi tres segundos eternos que tarda el balonazo de Roberto Carlos en caer del cielo de Glasgow y a Zidane flexionando las rodillas solo un instante antes de dar el zarpazo a la escuadra. Otra acción de mis favoritas como aficionado al fútbol, es ese titán de Rivaldo propulsando con el pecho el esférico un metro y medio hacia arriba para ejecutar la suerte más preciosa de todas, la chilena, ajustándola de manera imposible al alcance de Cañizares y clasificando a su equipo para la Champions en el último suspiro. O como no acordarse de Guardiola enredándose con el balón, para colgarla de manera infinita al gigantón de Ismael Urzaiz y la dejada para que la bota blanca de Alfonso relampaguee y nos meta en cuartos de la Eurocopa, cuando “La Roja” aun moraba en las tinieblas y además de contra once jugábamos contra nuestros fantasmas.

Por supuesto que hay cientos de goles míticos y cargados de significado que podrían asemejarse a los que menciono, como Solskjaer en el Camp Nou, coronando la remontada en la final de Copa de Europa ante el Bayern de Munich, o también en otro tipo de guerras, a Coro del Espanyol marcando en la última jugada y salvando a su equipo del drama del descenso. Quizás mi percepción es equivocada, pero a estos goles les atribuyo una estética en la ejecución diferente, con un componente más irracional, lejos de la frialdad cínica que como decía Andrés, te permite escuchar el silencio. En cualquier caso la mayoría de futbolistas –por no decir de mortales- jamás llegan a experimentar nada parecido a esto. Por supuesto que no me quejo, pero yo solo escuché gritos.


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